banquete perpetuo
Una hoja en blanco para destrozar
jueves, 30 de agosto de 2012
lunes, 30 de julio de 2012
sábado, 9 de abril de 2011
NARCISO- Manuel Mujica Láinez
Si salía, encerraba a los gatos. Los buscaba, debajo de los muebles, en la ondulación de los cortinajes, detrás de los libros, y los llevaba en brazos, uno a uno, a su dormitorio. Allí se acomodaban sobre el sofá de felpa raída, hasta su regreso. Eran cuatro, cinco, seis, según los años, según se deshiciera de las crías, pero todos semejantes, grises y rayados y de un negro negrísimo.
Serafín no los dejaba en la salita que completaba, con un baño minúsculo, su exiguo departamento, en aquella vieja casa convertida, tras mil zurcidos y parches, en inquilinato mezquino, por temor de que la gatería trepase a la cómoda encima de la cual el espejo ensanchaba su soberbia.
Aquel heredado espejo constituía el solo lujo del ocupante. Era muy grande, con el marco dorado, enrulado, isabelino. Frente a él, cuando regresaba de la oficina, transcurría la mayor parte del tiempo de Serafín. Se sentaba a cierta distancia de la cómoda y contemplaba largamente, siempre en la misma actitud, la imagen que el marco ilustre le ofrecía: la de un muchacho de expresión misteriosa e innegable hermosura, que desde allí, la mano izquierda abierta como una flor en la solapa, lo miraba a él, fijos los ojos del uno en el otro. Entonces los gatos cruzaban el vano del dormitorio y lo rodeaban en silencio. Sabían que para permanecer en la sala debían hacerse olvidar, que no debían perturbar el examen meditabundo del solitario, y, aterciopelados, fantasmales, se echaban en torno del contemplador.
Las distracciones que antes debiera a la lectura y a la música propuesta por un antiguo fonógrafo habían terminado por dejar su sitio al único placer de la observación frente al espejo. Serafín se desquitaba así de las obligaciones tristes que le imponían las circunstancias. Nada, ni el libro más admirable ni la melodía más sutil, podía procurarle la paz, la felicidad que adeudaba a la imagen del espejo. Volvía cansado, desilusionado, herido, a su íntimo refugio, y la pureza de aquel rostro, de aquella mano puesta en la solapa le infundía nueva vitalidad. Pero no aplicaba el vigor que al espejo debía a ningún esfuerzo práctico. Ya casi no limpiaba las habitaciones, y la mugre se atascaba en el piso, en los muebles, en los muros, alrededor de la cama siempre deshecha. Apenas comía. Traía para los gatos, exclusivos partícipes de su clausura, unos trozos de carne cuyos restos contribuían al desorden, y si los vecinos se quejaban del hedor que manaba de su departamento se limitaba a encogerse de hombros, porque Serafín no lo percibía; Serafín no otorgaba importancia a nada que no fuese su espejo. Éste sí resplandecía, triunfal, en medio de la desolación y la acumulada basura. Brillaba su marco, y la imagen del muchacho hermoso parecía iluminada desde el interior.
Los gatos, entretanto, vagaban como sombras. Una noche, mientras Serafín cumplía su vigilante tarea frente a la quieta figura, uno lanzó un maullido loco y saltó sobre la cómoda. Serafín lo apartó violentamente, y los felinos no reanudaron la tentativa, pero cualquiera que no fuese él, cualquiera que no estuviese ensimismado en la contemplación absorbente, hubiese advertido en la nerviosidad gatuna, en el llamear de sus pupilas, un contenido deseo, que mantenía trémulos, electrizados, a los acompañantes de su abandono.
Serafín se sintió mal, muy mal, una tarde. Cuando regresó del trabajo, renunció por primera vez, desde que allí vivía, al goce secreto que el espejo le acordaba con invariable fidelidad, y se estiró en la cama. No había llevado comida, ni para los gatos ni para él. Con suaves maullidos, desconcertados por la traición a la costumbre, los gatos cercaron su lecho. El hambre los tornó audaces a medida que pasaban las horas, y valiéndose de dientes y uñas, tironearon de la colcha, pero su dueño inmóvil los dejó hacer. Llego así la mañana, avanzó la tarde, sin que variara la posición del yaciente, hasta que el reclamo voraz trastornó a los cautivos. Como si para ello se hubiesen concertado, irrumpieron en la salita, maulando desconsoladamente.
Allá arriba la victoria del espejo desdeñaba la miseria del conjunto. Atraía como una lámpara en la penumbra. Con ágiles brincos, los gatos invadieron la cómoda. Su furia se sumó a la alegría de sentirse libres y se pusieron a arañar el espejo. Entonces la gran imagen del muchacho desconocido que Serafín había encolado encima de la luna y que podía ser un afiche o la fotografía de un cuadro famoso, o de un muchacho cualquiera, bello, nunca se supo, porque los vecinos que entraron después en la sala sólo vieron unos arrancados papeles cedió a la ira de las garras, desgajada, lacerada, mutilada, descubriendo, bajo el simulacro de reflejo urdido por Serafín, chispas de cristal.
Luego los gatos volvieron al dormitorio, donde el hombre horrible, el deforme, el Narciso desesperado, conservaba la mano izquierda abierta como una flor sobre la solapa y empezaron a destrozarle la ropa.
domingo, 31 de octubre de 2010
la mira desde su silla y la botella ahi, tirada en el suelo.
se mueve, tal vez sea un genio. Cuando era chico leyó un cuento sobre
un pescador que encuentra una botella con un genio adentro. Esa vez le dio miedo.
¿qué le daba ahora? ¿ansiedad?
¿qué podía hacer un genio para salvarlo?
miraba más de cerca y ahi estaba, como un espejo, la cara del genio casi apoyada sobre el vidrio verde, mirándolo a él de la misma forma, con el mismo gesto.
se asustó.
_No debo liberarlo- dijo, mientras destapaba la botella para tomar hasta la ultima gota de genio que hubiese dentro.
lunes, 9 de noviembre de 2009
martes, 11 de noviembre de 2008
La cara cambiada por el sueño.
Una piel distinta, áspera, como la de un
salvaje.
El insomnio te va comiendo los ojos. Sentís como te los seca, como les
va sacando el líquido azul que los rellena.
Tenés que levantarte, saltar, ni siquiera ves la cama.
Eso te pone más nervioso y te dan ganas de matar.
No podés leer,
la cabeza no responde,
tu intelectualidad está en claro cortocircuito con tus intenciones.
La Televisión te distrae. Con eso podés contar. Podés usarla a tu gusto,
o al gusto de ella.
Tampoco funciona la masturbación.
El cuerpo se cansa pero siempre es
la cabeza la que no deja dormir.
Al menos sirve para disfrutar un buen momento,
o dos,
mientras tanto
el dia te va tragando.
viernes, 7 de noviembre de 2008
sentís la hoja mientras te arqueás para espantarla
cada vez va penetrando más en la espalda,
te sacudís y lo sentís más frío, más filo que nunca.
y choca contra tus vértebras, va tajeando los músculos y raspando tus costillas
la sangre sale breve por el tajo,
no hay mucha sangre en la espalda,
corta tus raices motoras y dejás de moverte
corta tus raíces sensitivas y te congelás
ahora ella te disfruta sin que duela.
se infiltra
llega al pulmón
dolor visceral, ese si lo sentís
sale aire y entra sangre
colapso
lo hace de nuevo en tu otro pulmón
el pecho te presiona tanto que estás por explotar
asi
es la soledad
5:34 un leve viento azul sopla en mi cabeza, una historia ya leída se vuelve día y espera, hay un momento de silencio, ...
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Desfigurado. La cara cambiada por el sueño. Una piel distinta, áspera, como la de un salvaje. El insomnio te va comiendo los ojos. Sentís co...
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sobremesa del banquete perpetuo hubo hambre en esta casa hubo gente que comió a gente una implosión entre las piernas de cristal dos tres y ...